Las Redes Privadas Virtuales, conocidas popularmente por el acrónimo inglés de VPN (Virtual Private Networks) se han asociado históricamente a la descarga (ilegal) de contenidos: como no permiten rastrear la dirección IP o la localización del equipo, nadie puede rastrear tu actividad en Internet. Pero este tipo de conexiones privadas son mucho más que eso, como he podido comprobar tras probar Avast SecureLine VPN.
Como su propio nombre indica, una VPN es una red privada virtual, es decir, es una herramienta que esconde tu ordenador del resto del mundo y todo lo que haces en la red. Se instala como cualquier otro programa —el proceso es muy similar al de un antivirus— y, una vez activa, el equipo se conecta a internet a través de un servidor distinto al router. Por eso, se obtiene otra IP diferente y es posible incluso elegir desde dónde simular que se está navegando.
Compatible con ordenadores, tabletas, smartphones e, incluso, televisores, nunca imaginé que su configuración fuera tan sencilla. Si seguimos el ejemplo de la propuesta de Avast, tarda segundos en instalarse en el ordenador, y al abrir la herramienta nos encontramos con una interfaz muy simple en la que se puede activar o desactivar la VPN de forma manual con solo pulsar un botón. No haría falta configurar nada más. Eso sí, esta sería la opción más básica, porque desde el menú también se puede activar una alternativa para que el funcionamiento sea automático en función de lo que se esté haciendo: qué pasa cuando se navega desde redes públicas, se utilizan aplicaciones y sitios web de torrent, se hacen operaciones bancarias, etcétera.
Como decía al comienzo, esa capacidad de navegar de forma privada hizo que se popularizaran rápidamente entre aquellos que deseaban piratear contenidos multimedia evitando denuncias, pero la realidad es que tienen otras muchas aplicaciones. La principal tiene que ver con la seguridad cuando se hacen compras online, se opera en bancos o se teletrabaja, ya que es imposible que te roben usuarios y contraseñas o información sensible. Y eso, en un escenario en el que el riesgo de ciberamenazas es cada vez mayor, resulta de gran importancia: el 66% de los usuarios compra en comercios electrónicos una vez al mes, un 60% opera en su banca online de manera habitual y un 17,6% de las personas ha teletrabajado durante el último año.
Más allá de eso, se reducen muchísimo los riesgos cuando se navega en redes públicas, y también se obtienen mejores precios al comprar billetes de avión, reservar hoteles… Y es que a muchos les resultará familiar una situación como que, tras una consulta previa, al volver a mirar los precios de unas vacaciones, estos hayan subido: puede ser porque la web en cuestión sabe que ya has estado ahí y te interesa cierto producto. O los precios varían en función de la ubicación desde la que se haga la búsqueda. Si la conexión es privada, eso no pasa.
Del mismo modo, durante un viaje fuera de España puedes tener restricciones para acceder a servicios o ver contenidos en streaming en plataformas como Netflix o Amazon Prime Video porque se encuentren limitados a determinadas zonas geográficas: bastaría elegir una IP de cualquier ciudad para disfrutar de los disponibles en esa zona. Eso funciona también al revés: desde Toledo puedes ver contenidos reservados, por ejemplo, a EE UU. Y de forma totalmente legal.
La realidad es que esta navegación no es 100% privada, pero no es tanto cuestión de la VPN como de las cookies que almacena el navegador; por lo que desactivándolas se soluciona este inconveniente. Dos cosas más a tener en cuenta: es posible tener problemas para navegar por algunas páginas (me ha pasado en Amazon, por ejemplo) si está activada; y hay muchas VPN gratuitas (aunque con limitaciones de tráfico) y es imprescindible multiplicar las precauciones. En este caso, se hace bueno el dicho de que si el servicio es gratis, el producto eres tú: algunos de estos servicios almacenan información de lo que haces en internet y luego la venden.
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